Huele a Navidad
Recuerdo bien aquellas reuniones familiares que se celebraban en nochebuena, navidad y fin de año. Recuerdo a la perfección como mi yo de siete años, peinada con una alta coleta y con mis mejores galas, se dirigía a casa de mis abuelos paternos o maternos, según la cena de la que se tratase.
Nunca tuve prioridad de ir a una u otra casa. Si bien ambas eran unas casas frías, en esas fechas imperaba un ambiente cálido y acogedor. Y lo mejor de todo: en las dos casas se podía disfrutar de un olor único e inconfundible: la comida. ¡Dios mío, la comida era lo mejor! No había nada que se comparara a la carne a la brasa o a esos deliciosos líos de carne. ¿Qué había mejor que ir a casa de tus abuelos con todos tus primos y tíos riendo, contando anécdotas increíbles y una buena cena?
Nunca tuve prioridad de ir a una u otra casa. Si bien ambas eran unas casas frías, en esas fechas imperaba un ambiente cálido y acogedor. Y lo mejor de todo: en las dos casas se podía disfrutar de un olor único e inconfundible: la comida. ¡Dios mío, la comida era lo mejor! No había nada que se comparara a la carne a la brasa o a esos deliciosos líos de carne. ¿Qué había mejor que ir a casa de tus abuelos con todos tus primos y tíos riendo, contando anécdotas increíbles y una buena cena?
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REX RIQUELME
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