La huella
A penas veinte minutos bastaron para que Elsa supiese con absoluta certeza que aquel encuentro pondría punto y final a su familiar cotidianidad.
Recordaba hasta el minúsculo detalle del ya tan lejano momento que llevaba días organizando en su memoria y que concluiría con la esperada cita. A partir de ese instante, su particular revolución daría sentido a la monotonía del transcurrir del tiempo. Después, la ausencia a penas quebrantada por la evocación de palabras, miradas y el beso furtivo que marcó sus labios y su vida.
De nuevo, el centellear de las luces, el olor a manjares tradicionales, la algarabía de los niños celebrando la llegada de la navidad, le devolvieron a la realidad de una soledad rodeada de usual cariño donde la huella del amor inesperado y secreto volvía a convertirse en ese oasis al que volver eternamente.
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Recordaba hasta el minúsculo detalle del ya tan lejano momento que llevaba días organizando en su memoria y que concluiría con la esperada cita. A partir de ese instante, su particular revolución daría sentido a la monotonía del transcurrir del tiempo. Después, la ausencia a penas quebrantada por la evocación de palabras, miradas y el beso furtivo que marcó sus labios y su vida.
De nuevo, el centellear de las luces, el olor a manjares tradicionales, la algarabía de los niños celebrando la llegada de la navidad, le devolvieron a la realidad de una soledad rodeada de usual cariño donde la huella del amor inesperado y secreto volvía a convertirse en ese oasis al que volver eternamente.
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Gloria Cantero Martínez
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